A finales del siglo pasado, cuando comencé a viajar de mochilero por el mundo, descubrí los grandes y hermosos paisajes que me rodeaban, así como su gente y sus culturas. Aprendí a ver la belleza, esa belleza que nos cautiva en los pequeños detalles de todo lo que me rodea.
 
Al mismo tiempo desarrollé las técnicas de los materiales compuestos, ya que con ellos quería hacer trineos con los que cruzar Groenlandia (esta es una larga historia…). Con los años opté por la fibra de carbono, un material más duro que el acero y mucho más ligero que el aluminio, con el que iba realizando todo tipo de piezas a nivel industrial. me faltaba algo…
 
Pensé que ese material increíble podía ser usado, necesitado, necesitado y querido usar, para algo más que piezas para la industria. Así que empecé a modelar, a mano, infinidad de pruebas y desarrollé mis propias técnicas hasta conseguir mi primera escultura en una sola capa de fibra de carbono. Había dotado una parte de mi alma con esa escultura y eso hizo que mi espíritu sonriera. Al poco tiempo descubrí la laca Urushi, la mejor laca del mundo, y entonces mi interior empezó a vibrar como nunca antes, me enamoré. Me enamoró la increíble combinación del uso de un material tan tecnológicamente avanzado como el carbono con la laca Urushi, con su tradición, su altísima calidad, su acabado impecable y su antigüedad milenaria, esa gran mezcla de lo antiguo y lo moderno. Y así empezó todo… Así empecé a crear esculturas y joyas con una parte de mi alma.
 
Eso no fue suficiente para mí… Ese material increíble todavía tenía mucho más que ofrecer, mucha más belleza para mostrar al mundo, mucho más glamour. ¿Entonces por qué no? Bueno, básicamente porque nadie había hecho nunca nada parecido a lo que yo estaba tratando de hacer antes. Me sumergí de nuevo en una larga etapa de I+D y finalmente uní lo mejor de dos mundos, la simbiosis perfecta. Desarrollé la forma de usar este increíble tejido para la fabricación.